Ser profesor universitario en Cuba: honor, compromiso y reto.

Por: Enrique Estrada Pato* (Licenciado en Matemática)

Invitado a participar del siempre interesante y necesario debate por un colega y amigo, sin más experiencia que mi apenas cumplido primer año como profesor universitario, osado es, reconozco, sumar mis humildes consideraciones al tema en discusión, que a propósito de una reciente publicación en las redes sociales de la Dra. C. Martha del Carmen Mesa Valenciano, Viceministra Primera del Ministerio de Educación Superior, ha suscitado no pocas reacciones, divididas, como era de esperar, por la actualidad de la materia y la posición de la autora.

Reconozco que la cuestión puede tener varias miradas, partiendo de las disímiles interpretaciones que cada quien pueda atribuirle, y por tanto, como manda el diálogo civilizado, respetuoso y como me dicta mi conciencia, no intentaré más que abordarlo desde la perspectiva de aportar ideas que, a diferencia de las de otros, no tendrían por mi corta edad el aval de contar con mucha experiencia en el asunto que ocupa.

Ciertamente no es tarea nada sencilla intentar definir de forma categórica la honrosa profesión de ser profesor, y más en el ámbito de la Educación Superior, el solo hecho de pretender establecer definiciones sobre la base de criterios personales, o peor aún aspirar a que sean de buen grado adoptadas por los demás suena muy ingenuo frente a la cada vez más creciente y para bien, diversidad de criterios que se aprecia en la vida cotidiana.

Más allá del encargo que de su propio nombre deriva, el profesor es un sujeto social con una alta responsabilidad, marcada por las circunstancias históricas y socio-económicas en que se desenvuelve, a tono con el constante movimiento de la sociedad en que actúa. Los calificativos y exigencias pueden variar, desde la óptica de cada uno, su posición y el interés de la sociedad que lo sustenta. Independientemente de estas lógicas condicionantes, creo que, como ocurre con otras esferas, deben existir ciertas normas, un patrón modelo, una especie de referencia ética, académica y profesional, pautas comúnmente aceptadas y que la sociedad, a través de los años ha ido perpetuando y a través de las cuales debemos mirarnos, en el constante y necesario ejercicio de la autocrítica. Por estas comenzaré mis palabras.

Declaración del Consejo de Dirección de la Universidad de Oriente

El profesor universitario es un ente transformador, como lo son, a su vez, los otros maestros que le han antecedido, un ferviente defensor del conocimiento, que alcanza su máximo grado de desarrollo en el espacio académico, un arquitecto social, consciente de que por sus manos pasa el material más refinado de la sociedad, el futuro profesional, y que a la vuelta de los años, devendrá, en muchos casos en un intelectual. A propósito de su labor Albert Einstein consideraba que «El arte supremo del maestro consiste en despertar el goce de la expresión creativa y del conocimiento». Los profesores debemos ser fuente constante de inspiración para nuestros estudiantes, constituir, junto a sus familiares sus más cercanos paradigmas, quién no recuerda a sus maestros, en particular, los que por sus actuar marcaron nuestra existencia, incluso con muy corta edad. El profesor es el profesional más recordado, el que merece más gratitud, el que, cual artesano, moldea la generación que se convertirá en la nueva sociedad. Para este propósito su desempeño deberá caracterizarse siempre por los más elevados valores humanos como la honestidad, la ética y el profesionalismo, cualidades estas, que junto a otras, aportadas de forma individual por el sentir personal, se revierten en una instrucción más eficiente y de calidad.

En el caso particular de Cuba, país que luego de 60 años de Revolución, es capaz de mostrar con claridad un antes y después en todas las materias, incluida, con creces la educación, y en especial la Educación Superior, la realidad que hoy se muestra y los extraordinarios logros obtenidos en medio de las más difíciles condiciones de asedio y agresión que se conocen ampliamente, han sido frutos, especialmente de la dedicación incondicional del profesorado universitario, su compromiso con el proceso revolucionario, como expresión más genuina de la transformación que el país necesitaba y que colocó desde el comienzo, y así ha sido hasta hoy, a la educación como una de sus prioridades. En los momentos actuales en los que desde la máxima dirección del país se nos convoca a pensar como país, que es en definitiva, hacer desde cada posición la más humilde, modesta pero a la vez necesaria contribución al bienestar colectivo, que se traduce en progreso y desarrollo sostenible, considero que vale preguntarse entonces, cuáles son las premisas que deben mover el actuar de un profesor universitario.

Creo conveniente recurrir a la historia, fuente inagotable de respuestas sobre nuestro presente y alerta del porvenir. Cuba, desde los lejanos tiempos de la colonia española, se fue haciendo de una rica tradición pedagógica, que incluso colmó de nombres el altar de la Patria, en unos casos, y en otros se convirtieron en artífices de la generación que comenzó la revolución, se pueden citar a Rafael María de Mendive y su influencia en el joven que devendría luego en el Apóstol de la independencia, o el preclaro sentimiento independentista del Padre Félix Varela, con su notable impacto en la forja del patriotismo de la juventud que se alzó en La Demajagua. Fue la Universidad, desde el principio bastión de lucha, primero desde lo ideológico y luego desde lo armado, censurada, atacada, clausurada en los años de la frustrada República, trinchera de una juventud que estuvo a la altura de sus tiempo abonando con una alta cuota de preciosa sangre el caro precio de la libertad ¿Hubiera sido esto posible sin la influencia de los profesores? Es difícil aventurarse a responder, pero lo que sí es seguro es que en cada etapa, la lucha se acompañó de líderes no solo en lo académico, sino en lo político, que contribuyeron con la preparación de sus discípulos convertidos luego en muchos de los más ilustres próceres o mártires de la gesta libertaria.

En la Cuba revolucionaria, la concepción de nuestro sistema educativo defiende la premisa de fusionar la instrucción con la educación como partes indivisibles de un todo que sintetiza la formación de la que se aspira dotar a los ciudadanos, como parte de la constante transformación social que la Revolución ha impulsado. Es la fórmula para construir al Hombre Nuevo que soñara el Che, ambas se complementan de forma armónica, por un lado se prepara en lo científico-técnico, pretendiendo el mayor grado de actualización y rigor y por el otro desde la dimensión cívica, porque el verdadero conocimiento no puede estar desligado de la constante práctica de la utilidad de la virtud, es en este escenario donde la labor del profesor juega un papel determinante, entonces la respuesta a la pregunta inicial que la profesora Martha hace en su escrito, y cito ¿Qué es ser profesor universitario? Podría replantearse ya dentro del marco más particular del profesor universitario cubano en los tiempos actuales. Es mi criterio que un profesor universitario ha de ser una fuente de respuestas para sus estudiantes, abierto, dispuesto y preparado a responder las cuestiones no solo propias de la especialidad, sino de la realidad en que vivimos, no serlo sería despojar de un valor esencial el proceso formativo, para ello los profesores debemos estar en permanente actualización de nuestro acontecer y el del mundo complejo en que nos desarrollamos. Ser profesor universitario es una condición en extremo honrosa y responsable a la que no se puede faltar, por lo que conviene que en nuestras posiciones, o declaraciones la llevemos siempre presente con el profundo compromiso que entraña la misión que se nos ha encomendado. Actuar con el más estricto apego a la ética profesional, transmitir conocimientos pero a la par de ellos los valores que nuestra sociedad demanda de sus ciudadanos.

La educación no está en lo absoluto desligada de la orientación política de cada nación, de hacerlo se estaría peligrosamente formando a ciegas la continuidad de un sistema político o económico, no en vano Abraham Lincoln expresó: “la filosofía del aula en una generación será la filosofía del gobierno en la siguiente”. Cuba no es la excepción, el Socialismo, la más alta aspiración y camino que de forma soberana y democrática la inmensa mayoría de nuestro pueblo escogió y ha ratificado en varias ocasiones, la más reciente con el proceso de reforma constitucional, defiende la inclusión de los ciudadanos, desde una posición donde prima el humanismo, la generación de oportunidades y la lucha constante por la justicia social, lo cual se expresa de forma contundente en nuestro sistema educativo.

A veces se cree o se pretende hacer creer que es exclusivo de Cuba exigir que el componente humano del sistema educativo sea un transmisor de las ideas y valores que sustentan nuestro proceso social, como si no fuese exactamente así como funciona el resto del mundo, el principio es claro, quien contrata, en nuestro caso el Estado, exige compromiso con las normas o exigencias que trae consigo el vínculo laboral existente, y hablo sobre esto para que se vea más allá del hecho realizado por convicción, sino desde la más austera perspectiva que desde el momento en que los profesores son contratados en una universidad están de forma consciente en el deber de atenerse a las disposiciones que la misma tenga en su política de contratación, y que en nuestro caso, como es bien conocido pasa por, en primer lugar, estar comprometido con el ideal revolucionario.

Pero volviendo al escrito de la Viceministra Primera y cito: “¿Se podría ser un profesor en Cuba lejano a las políticas del país?”

“¿Se podría ser un profesor que no defienda a ultranza cada paso que se da en la Revolución?”

Responder a las preguntas anteriores, es en mi opinión equivalente a plantearse si un profesor reconoce o no la decisión de la mayoría de sus compatriotas, la Revolución ha demostrado que no es simplemente una opción, sino que es el camino, con las imperfecciones y problemas propios de una obra hecha por hombres, pero con una esencia que se ha mantenido inalterable tras más de medio siglo de existencia y que coloca a la educación como uno de sus baluartes más preciosos.

No se puede vivir a espaldas de tan grandes verdades, cómo ser entonces profesor universitario si no se acompaña desde nuestro pensar y actuar al proceso que abrió universidades donde solo había analfabetos, que creó oportunidades sin limitaciones de ninguna clase, que ya ha graduado más de un millón de profesionales no solo para Cuba, sino para países de todos los continentes, que pintó de blanco, de negro, de mulato, de obrero y de campesino las aulas universitarias, somos el resultado de una Revolución que debemos defender también desde las aulas y espacios de nuestra academia, sin que eso presuponga en modo alguno rechazar o renunciar a la crítica oportuna, sincera, de buena fe, esa que llamamos constructiva, porque como ha señalado el General de Ejército Raúl Castro Ruz y cito: “Fomentar la discusión franca y no ver en la discrepancia un problema, sino la fuente de las mejores soluciones. La unanimidad absoluta generalmente es ficticia y por tanto dañina. La contradicción, cuando no es antagónica, como es nuestro caso, es motor del desarrollo”. Fin de la cita.

Estas palabras de Raúl resumen en buena medida el espíritu universitario que debe también prevalecer en nosotros los profesores, ver la crítica, la discrepancia como parte de las actividades propias de la naturaleza misma de la universidad, pues es en la academia donde se preserva, construye y promueve el conocimiento más acabado, al que se llega en muchas ocasiones luego de no pocos debates, discusiones y reflexiones. Pero insisto que debemos actuar siempre sobre la base del respeto y la ética, sin apartarnos ni un instante de los principios que sustentan nuestra sociedad y que nuestro actuar ya de por sí los transmite a los estudiantes.

En los momentos actuales urge no confundir la crítica oportuna, aportadora, con fines de apoyar la construcción de la sociedad mejor a que aspiramos, con estar en contra del proceso revolucionario, la preparación ideológica en la que se han invertido e invierten no pocas horas y recursos debe dotarnos del sentido necesario para separar con justicia y oportunamente las cosas, conscientes que es de revolucionarios sumar y no restar, siempre y cuando, reitero, las intenciones no se aparten de la esencia revolucionaria que es la guía de nuestro actuar.

Estos tiempos demandan de una madurez, responsabilidad y compromiso mayores en aras de no dejarnos confundir con los que aprovechando los errores de nuestro proceder pretenden crear brechas en extremo peligrosas para la continuidad de nuestra Revolución, y en esta dirección los profesores debemos reforzar nuestra labor como guías, debemos ser capaces, no de adoctrinar, como intentan nuestros enemigos llamarle a nuestra labor, sino de poner en manos de nuestros estudiantes todas las herramientas para que hagan uso del método científico, ese que convence con argumentos, no con especulaciones, que no da pie a engaños, y lleguen por sí mismos a ver y defender la causa que nuestro pueblo desde hace 60 años ha abrazado.

El profesor universitario es el que acompaña a sus estudiantes, festejando con ellos sus progresos académicos y personales, el que los consuela y a la vez auxilia en sus fracasos, el que sin dejar de ser justo e imparcial procura que su promoción cada vez sea mejor y no descansa hasta ver su trabajo convertido en título en las manos de sus pupilos, es el que está con ellos en cada actividad extensionista, sin importar la edad, porque siempre se es joven cuando con jóvenes se comparte, estos valores que son prácticas cotidianas en nuestras universidades son la mayor fortaleza de nuestra educación superior, y sí que la podemos llamar educación porque el claustro que lleva el proceso docente educativo adelante es instructor y formador de conciencia, espiritualidades, forjadores de carácter, guías en lo personal y profesional.

El profesor universitario es en quien siempre encuentran los estudiantes aclaración a sus interrogantes, que fomenta la búsqueda del mejor camino como algoritmo de solución a los problemas. El profesor universitario es reconocido por su forma de hablar, de vestir de conducirse dentro y fuera de la academia, porque esa es una condición que se lleva con la persona de modo que no se distingue una de la otra. Pero acaso no son estas cualidades que han de ser inherentes a un profesor universitario las que la Revolución ha inculcado en nuestro pueblo desde los momentos iniciales, cómo podría entonces verse separada la labor docente de la ideológica, si esta solo se consuma a través de la plena identificación del profesor con la ideología revolucionaria.

Creo engañoso el argumento que algunos esgrimen de que aun sin ser revolucionario comprometido se puede ser parte de un sistema educativo que inculca nuestra ideología a sus educandos, sería como pensar que lo que no se ama o conoce se defiende, más allá de la posición del que escribe o de los lectores la historia demuestra con suficiente claridad que no se puede ser defensor de lo que no se siente, no se es parte de lo que no se asume como convicción personal. Entonces cómo podría la Universidad Cubana cumplir su misión en este momento histórico sin educadores con sólidos principios revolucionarios?

Necesitamos educadores que sean más que instructores, que sigan el precepto del ilustre maestro José de la Luz y Caballero cuando afirmara «enseñar puede cualquiera, educar solo aquel que es un evangelio vivo .» Ese es también uno de los principios que nos guían en nuestra concepción de lo que es la educación, por eso la llamamos educación y no solo instrucción. Seamos docentes capaces de sembrar en los jóvenes estudiantes el deseo de ser cada día un mejor ciudadano, estimulémoslos a seguir construyendo este país, de todos, con todos y por el bien de todos, honremos nuestra condición con nuestros actos, seamos conscientes de lo que somos, de lo hacemos y de lo que a través de nuestros estudiantes, también en buena medida, seremos. Formemos profesionales comprometidos, a partir primero de nuestro propio compromiso, hombres de ciencia y conciencia, para el bien de Cuba y el mundo, tengamos presentes que a decir de los expertos: la percepción lleva a la emoción, la emoción al sentimiento, el sentimiento al valor y el valor al compromiso, formemos entonces, además de en lo académico, en el amor a la Patria, a nuestra historia, asumamos el reto de comprometer nuestros jóvenes con Cuba y estaremos entonces a la altura de lo que es en mi modesta opinión un profesor universitario de hoy.

* El graduado más integral de la Universidad de Oriente, estudiante de Matemáticas en Julio 2018. Enrique de Jesús Estrada Pato.